A la vuelta de la esquina
tropecé con la mujer de mirada felina
y me asfixió, con un intenso aroma
de vainilla "emplasticada".
Seguramente dedujo lo que pensaba,
ya que no me quitaba la vista de encima.
Qué se le va a hacer,
mi cara tiene la fea costumbre de hablar
cuando yo no digo nada.
Cinco minutos después abrí la puerta:
cariño ¿qué haces en casa?
(desnudo entre las sábanas alborotadas)
qué mierda...¿ya estás fumando?
(fortuna light con marcas de carmín)
No te acerques. No me toques.
Me das asco...
También tú
hueles a vainilla "emplasticada".
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