de lycra y de rejilla,
en la incómoda postura
ni una mísera mirada...
Rompí el silencio
por no romperle la cara
y me largué, recordando
que una retirada a tiempo
no es sinónimo de derrota.
Entre el insomnio y la indignación
terminé en el bar sin nombre.
Entre mis dedos acabó
la boquilla de una Judas,
tan fría y falsa como sus palabras.
Y seriamente
creo que debería llamarle
algún día,
aunque solo sea para felicitarle
por el guión.
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