martes, 26 de junio de 2012

Crónica de "Tras la Luciérnaga" el 22 de Junio


Tras la luciérnaga golpea de nuevo

No más de cinco minutos, a paso tranquilo, separan el metro La latina del Atelier. Desde la calle parece un bar normal y corriente, común, como todos los demás pero al atravesar el umbral de la puerta te introduces en un micro clima tan profundo como maravilloso, poético y artístico (que no artesanal, no únicamente).

El Atelier tiene estrella y sabes, si entras, que te vas a contagiar.
Las cosas como son, el bar está genial, pero estoy deseando ver a los de Tras la luciérnaga – podríamos haber dicho cualquiera de los cerca de treinta que estábamos en el bar -.
Paredes de color claro, estanterías llenas de libros, lienzos virginales en atriles, evocación artística total. Aunque lo que más llamaba la atención era un piano reinando la sala y una guitarra eléctrica al lado. Parecía que los instrumentos lloraban ante el caso omiso de lo allí presentes.
Las cervezas corrían por las mesas, la gente se salía a la puerta a saciar el vicio de fumar, alguno también fumaba para calmar los nervios, algunos viandantes se acercaban a la puerta para informarse del evento y un relaciones públicas espontáneo, Andy, les engatusaba hablando de la venturas y desventuras del trío que en breves empezaría a actuar.

Sobre las 22.00 horas arrancó el espectáculo.

Sonaba acogedor, muy acogedor. El piano rey hablaba (por los dedos de May la Goulue), en su lenguaje, algo lloroso, de manera que creó una enorme expectación, la guitarra reina (acariciada por Luis) se introdujo sin que a penas nos diéramos cuenta y un ángel empezó a recitar (Mery Malaya le prestó sus cuerdas vocales).
Todo era perfecto, sonaba perfecto, olía perfecto, sabía perfecto. Colores, sabores, sonidos, sentidos, silbidos, pasiones, melodías, temores temerarios, aullidos sin lobos ni luna llena. Perfecto, todo perfecto, sólo perfecto.
May entonó en canto a la tristeza del verso en aquella amenaza al que le hizo tanto daño como para despertar su odio. El único capaz de herir de muerte, degollar y, así, acabar con su pobre Barbie. Luis nos llevó en volandas, con la ayuda de la reina, la guitarra, durante todo el espectáculo. Malaya y la Goulue regalaban los oídos de los fieles que no consentimos movernos de la silla en todo el concierto. Enrique, el dueño del bar, tiraba fotos a diestro y siniestro.

Aplausos y más aplausos, público entregado donde los haya.
A la hora, más o menos, Andy abrió el micrófono, ficticio, para que cualquier valiente, o cualquier persona que quisiera, saliese a recitar, leer, o contar algo.
Tres.
Tres fueron los atrevidos: Andy, Carlos Guerrero, y Amanda Gil.
Se hicieron partícipes, en parte, de la actuación. Cada uno a su manera, con su voz, sintiendo a la intensidad que necesitaban.

Dicen que los aplausos y las conversaciones posteriores con el público es lo que alimenta a los poetas. Todos y cada uno de ellos se llevó una ración de aplausos impagable.
Carlos Guerrero Jiménez            23/6/2012
Guerrero

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