Nunca he esperado a nadie tanto tiempo como aquella vez en la que hundí mis pies en el charco de la plaza del ayer. Se pasó la lluvia y yo seguía esperando con mi chubasquero rojo y los pies descalzos, el corazón calado de lágrimas. Me dijiste que vendrías en seguida. Y yo obviamente te creía. Pero se me arrugaron las plantas y me llené de tierra y ceniza de un Malboro light. Y me cansé de que la gente se parase a señalarme.
Cuando te encontré, tenías un cubo de gusanos y una patada en el culo. Las manos sucias, la ropa seca, la herida descubierta... Me diste un abrazo porque eras incapaz de mirarme a la cara. Yo te dejé con tus gusanos, pero me llevé el cubo.