Os parecerá mentira, pero
tenía un pájaro enredado en el pelo
y un aguijón clavado en la sien.
Miraba a las embarazadas con anhelo
y se llenaba la boca.
Sí, se llenaba la boca
para hacerme salivar.
Yo me quedaba fuera
y observaba:
entraba una niña
salía una mujer.
Ni una palabra
me dijeron.
Entre tanto ajetreo
entré,
los miedos
se escurrían como falos en aceite
y vociferaban su nombre
a oscuras.
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