Convencida de que enamorarse
era lo mismo que fingir orgasmos
-un acto contraproducente-
temía por encima de todo
convertirse en amante-lluvia
(de esos que calan tan hondo
que provocan deseo crónico)
por eso, y sin saberlo,
elegía siempre amantes-impermeables
para luego torturarse
ante semejante impasibilidad...
Sus lágrimas aunque sinceras
siempre eran mentoladas.
La lección la traía ya bien aprendida,
señalar el defecto propio en cuerpo ajeno
y pronunciar siempre la última palabra
o en su defecto
el último silencio.
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